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JULIANEHÅB (QAQORTOQ)


Al noroeste del extremo meridional de Groenlandia, en una abrupta ladera sobre un fiordo sembrado de icebergs que fue explorado por primera vez por Erik el Rojo hace más de mil años, asoma un pueblo situado a 60° 43' de latitud norte, unos 650 kilómetros al sur del círculo polar Ártico: Qaqortoq (Julianehåb), un lugar donde lo primero que me sorprende, junto al colorido de las casas, es la ausencia de vegetación.

Groenlandia significa "tierra verde" en danés, sin embargo, el país se parece más a un desierto de hielo que a una pradera, si bien la vegetación hace acto de presencia en esta época (mes de Julio), sólo se trata de una vegetación rasa que aparece con el deshielo. Durante dos meses al año, la tundra es la protagonista. Tanto en el norte como en el sur, aparecen prados con alfombras de flores multicolores. Los árboles se reducen a algunos (solo vi uno) abedules o sauces que no superan los dos metros de altura. Las únicas frutas de Groenlandia son las bayas de las camarinas negras. Se consumen con otras bayas o se utilizan para hacer licores. Mientras me agachaba para inspeccionar esta bayas (con cierto temor las degusté) los mosquitos nos inspeccionaban a nosotros… y de que manera. La presencia de estos molestos insectos fue sorprendente por inesperada (los asociamos más a climas tropicales).

El puerto de Qaqortoq resplandece a nuestros pies con un brillo azul zafiro. Un iceberg con aspecto de barco de papel gigante flota a lo lejos. Casas pintadas de vivos colores, construidas con madera (importada de Europa), motean las colinas de granito conformando un anfiteatro sobre el puerto. Y tímidamente asomados a sus adornadas ventanas sin cortinas, los inuits nos miran con curiosidad.   

Desde que fue fundada en 1.775, Julianehåb ha constituido un importante centro comercial. En ella los inuits vendían pieles, grasa y carne de ballena, cuya caza acabó siendo la principal fuente de ingreso para toda la colonia. Actualmente su economía está basada en la pesca, la prestación de servicios y la administración así como la famosa industria local Great Greenland Furthose, de pieles de foca. Conocida como "la ciudad blanca", es la más grande del sur de Groenlandia, contando con 3.400 habitantes y posee la fama de ser una de las más hermosas de todo el país. En sus calles se alternan viviendas de estudiantes, muchos de los cuales cursan formación en el Qaqortoq Business College y edificios coloniales que datan del siglo XVIII. En el centro de la ciudad se erige la fuente más antigua de Groenlandia. Asimismo podemos visitar el Museo Qaqortoq, localizado en la plaza de la fuente, cerca del puerto, con dos siglos de historia, la iglesia de Nuestro Salvador, de 1.832, con varias reconstrucciones a lo largo de su historia y una iglesia blanca de hormigón consagrada el 8 de Julio de 1.973, la iglesia de Gertrud Rask.

Al ser la primera ciudad que visitamos en territorio groenlandés, un paseo por ella nos da la referencia del resto de las que habríamos de conocer, ya que los patrones son semejantes para todas ellas. No encuentro mejor definición que la que hizo Paulo, compañero de travesía, de aquellas multicolores construcciones salpicando un paisaje de ensueño: "parecen las casitas de las maquetas de tren", aunque al igual que en Islandia, en Groenlandia no hay ferrocarriles. A veces las enormes rocas graníticas, presentes entre las casa, se encuentran decoradas con relieves de distintos animales (sobre todo ballenas) y elementos simbólicos. Las casas se construyen directamente sobre estructuras de hormigón o madera que las elevan sobre las rocas de granito, no se adapta el terreno a la construcción sino al contrario, las casas se yerguen acomodándose a la orografía del suelo, sin alterarlo, por su extrema dureza.

Para salvar los desniveles del terreno se construyen pasillos escalonados de madera, elevados a cierta altura para no quedar cubiertos por las nevadas. En algunos casos, estos  pasajes forman un curioso entramado que une unas casas con otras. Los conductos de agua son completamente aéreos, así como el resto de conducciones por lo que no hay nada soterrado en estas pequeñas ciudades, está todo a la vista, sin embargo y paradójicamente, todo ello no resulta en elementos chirriantes con el entorno sino antes al contrario, parece integrado con el mismo. Sobre este menester, en todas las comunidades percibí la misma sensación, que sólo soy capaz de describir como si de un cuento se tratase: "Había una vez un precioso lugar, junto al mar. Unos hombres llegaron y construyeron casas de todos los colores, casas preciosas. Un día, sin saber por qué, se marcharon y se llevaron todo lo que habían construido y todo quedó tal y como estaba en un principio".

Otro elemento común a ésta y al resto de asentamiento son los cementerios, situados en la misma ciudad y sin solución de continuidad, no están delimitados ni ocultos, antes al contrario, se sitúan en lugares bien visibles aprovechando alguna ladera. La lectura de lo anterior puede resultar equívoca si nos viene a la mente la imagen de un camposanto tal y como los conocemos. Cruces blancas, todas del mismo tamaño, todas orientadas en la misma dirección y en algunos casos una gran cruz central no solo no provocan inquietud sino que aparecen como parte del resto del paisaje. Sensaciones distintas nos pueden provocar el saber que la pequeña construcción que acompañan a las iglesias (la mayoría de los groenlandeses pertenecen a la confesión luterana evangélica) a modo de iglesia en miniatura se utiliza como almacén de cadáveres a la espera del deshielo tras el largo invierno para poder ser enterrados.

Muy distinta imagen poseen otro tipo de "cementerios": los industriales. En un fallido intento por acercarnos al ya mencionado iceberg con forma de barco de papel que se encontraba en un extremo del puerto, comenzamos a recorrer un camino que transcurre desde el puerto bordeando el glaciar en dirección norte. A no mas de tres kilómetros se interrumpía de forma abrupta en uno de los vertederos más "heterogéneos" que jamás imaginé. Casualmente me acompañaba en este paseo Almudena, astrofísica y además especialista en temas de residuos medioambientales y no daba crédito a sus ojos, "has de saber (me comentaba) que por su elevada toxicidad mucho de lo que aquí se amontona sería impensable en nuestros centros de tratamiento de residuos". Supongo que es más rentable enviarles buques mercantes cargados de vehículos,  electrodomésticos, y toda suerte de productos manufacturados que retirarlos luego de su vida útil. Los chicos de Greenpeace deben de estar demasiado ocupados con el tema de las prospecciones petrolíferas que se están efectuando a 200 Km. de la costa de la bahía de Baffin.

Unos lugareños que poseían pequeños puestos en un mercado de pescado, junto al puerto, me miraban con cierto asombro mientras me entregaba, de forma desaforada, a hacer fotos a un cazador de focas que en el mismo muelle del puerto procedía a descuartizar a su reciente captura. Justo mientras escribo estas líneas repaso las fotos para rememorarlo y acabo de descubrir, con asombro, que el inuit cazador de focas aparece en fotos anteriores empleado en la venta de pescado. Ante mi desconcierto verifico las horas de ambas instantáneas (ventajas de la fotografía digital) y compruebo que solo se distancian en el tiempo la una de las otras en exactamente un minuto, un "empresario" tenaz… ¡supongo que la foca ya estaba cazada de antemano!

¿CAMBIO O CICLO?

En Groenlandia alrededor del 80% de la tierra permanece sepultada bajo un manto de hielo de hasta 3,5 kilómetros de grosor y se está calentando el doble de rápido que la mayor parte del mundo. Los datos de satélite revelan que su vasto casquete de hielo, que concentra casi el 70% del agua dulce del mundo, está perdiendo unos 200 kilómetros cúbicos al año. La fusión del hielo acelera el calentamiento, ya que la tierra y el mar que quedan expuestos absorben la luz solar que antes el hielo reflejaba al espacio. Si todo el hielo de Groenlandia se derrite en los próximos siglos, el nivel del mar aumentará. Este fenómeno carece aún de una explicación definitiva por parte de la comunidad científica, aunque muchos se apuntan a culpar directamente al propio desarrollo humano y al progreso industrial. Otros, más cautos, hablan de ciclos. Personalmente y de forma totalmente parcial, en mi noveno día de viaje, pensé en ello contemplando el  glaciar de Ilulissat  mientras la vista se me perdía en la inmensidad del paisaje helado: "… creer que somos capaces de destruir esto es tan ridículo y arrogante  como creer que somos capaces de crearlo".

Sin embargo, en la propia Groenlandia, el cambio climático es bien recibido y suscita a menudo más esperanzas que temores. De momento, este territorio autónomo de Dinamarca depende aún en gran medida de su antigua metrópoli colonial. Todos los años Dinamarca inyecta 456 millones de euros a la anémica economía de Groenlandia, más de 8.000 euros por habitante. Pero la fusión del Ártico promete abrir el acceso al petróleo, el gas y otros recursos minerales que podrían dar a la isla la independencia económica y política que su población anhela. Se calcula que en aguas litorales de Groenlandia hay tanto petróleo como en los yacimientos del mar del Norte. Un clima más cálido supondría además una temporada productiva más larga para el medio centenar de granjas groenlandesas y, en consecuencia, una menor dependencia de los alimentos importados. A veces parece como si Groenlandia estuviera conteniendo la respiración para ver si es verdad que se está "volviendo verde" (antaño lo fue), como regularmente anuncia la prensa internacional.

En cualquier caso, los científicos que si están de acuerdo en los benéficos del cambio son los biólogos, ya que coinciden en que supondrá una gran mejora del hábitat para las distintas especies de la fauna ártica, lo que multiplicará la población de prácticamente todas ellas.

Mientras tanto, si que es cierto, que Groenlandia se ha convertido en la mirada para algunas campañas de prensa, el último día de navegación, entrando en el puerto de Reikiavik, leo en un diario español que recibíamos a bordo de forma telemática:

"Se desprende de Groenlandia el iceberg más grande desde 1962. La isla de hielo se desgajó del glaciar de Petermann, en el circulo polar ártico, el pasado jueves y tiene dos veces y media la superficie de la ciudad de Barcelona.- Si se desplaza hacia el sur, podría provocar problemas a la navegación".

Al poco de regresar un amigo me comentaba por teléfono la noticia: "me acordé de ti mientras lo veía en las noticias de la televisión, hablaron de ello durante días, menudo jaleo…"   ¿jaleo?, le interrumpí, justo ese jueves yo estaba en un glaciar y nada de jaleo, solo se "oía" el silencio.

ERIK EL ROJO

La primera experiencia de Groenlandia con algo parecido a las campañas de prensa se produjo hace un milenio, después de que Erik el Rojo llegara procedente de Islandia con un pequeño grupo de escandinavos, también conocidos como vikingos. Erik era un prófugo de la justicia porque había matado a un hombre que se negó a devolverle unos armazones de cama que le había prestado (la tendencia al crimen le venía de familia, pues su padre fue expulsado de Noruega por un asesinato). En el año 982 desembarcó en un fiordo cercano al actual Qaqortoq y luego regresó a Islandia para anunciar el descubrimiento de una nueva tierra a la que, según la Saga de Erik el Rojo, llamó Groenlandia (Grønland, "tierra verde") porque pensó que la gente se sentiría atraída por ella si tenía un nombre favorable.

La maniobra publicitaria de Erik funcionó y, con el tiempo, unos 4.000 colonos escandinavos se establecieron en Groenlandia. A pesar de su reputación de ferocidad, los vikingos eran básicamente agricultores que de vez en cuando practicaban el pillaje, el saqueo y el descubrimiento de nuevas tierras como actividades secundarias (al menos así me lo pintaron hace años en un largo viaje que hice por Noruega). A orillas de los resguardados fiordos del sur y el oeste de Groenlandia, se dedicaron a criar ovejas y algunas vacas, lo mismo que hacen hoy los granjeros groenlandeses a lo largo de los mismos fiordos. Construyeron iglesias y cientos de granjas, y comerciaron con pieles de foca y marfil de morsa a cambio de la madera y el hierro de Europa. Leif, hijo de Erik, partió de una granja situada a unos 55 kilómetros al nordeste de Qaqortoq y descubrió América del Norte en torno al año 1.000. Los asentamientos vikingos de Groenlandia se mantuvieron durante más de cuatro siglos. Después desaparecieron de forma abrupta.

La desaparición de aquellos granjeros curtidos, que además eran buenos navegantes, ofrece un ejemplo inquietante de las amenazas que puede plantear el cambio climático incluso para las culturas mejor preparadas. Los vikingos se establecieron en Groenlandia en un período excepcionalmente cálido, durante el cual en Europa se expandió la agricultura y se construyeron las grandes catedrales. Pero hacia 1.300, Groenlandia se volvió mucho más fría, y la vida empezó a ser cada vez más difícil. Mientras esto sucedía, a los inuit, que habían llegado desde el norte de Canadá, avanzando hacia el sur a lo largo de la costa occidental de Groenlandia del mismo modo que los vikingos habían avanzado hacia el norte, les fue mucho mejor. (La mayoría de los groenlandeses actuales son descendientes de los inuit y de misioneros y colonos daneses llegados en el siglo XVIII). Los inuit traían consigo trineos tirados por perros, kayaks y otros instrumentos esenciales para cazar y pescar en el Ártico. Algunos investigadores han sostenido que los colonos vikingos fracasaron por su nefasta fidelidad a las viejas costumbres escandinavas, que los llevaban a depender de animales domésticos importados en lugar de explotar los recursos locales.

Pero indicios arqueológicos más recientes sugieren que también los vikingos estaban bien adaptados a su nuevo hogar. Parece ser que anualmente organizaban cacerías comunitarias de focas, sobre todo cuando el clima se tornó más frío y los animales domésticos empezaron a morir. Por desgracia, también las focas sucumbieron. La foca común adulta resiste los veranos fríos, pero las crías, no. Es posible que los vikingos tuvieran que llevar sus partidas de caza más lejos de la orilla en busca de otras especies de foca, en aguas que se estaban volviendo cada vez más tormentosas.

Sabemos que los vikingos tenían un sistema social complejo que requería mucho trabajo comunitario; sin embargo, uno de sus principales puntos débiles era que la mayoría de los adultos estaban obligados a salir a cazar focas. Un factor que pudo precipitar el fin de los vikingos en Groenlandia fue quizá la catastrófica pérdida de vidas a causa de una gran tempestad. Los inuit eran tal vez menos vulnerables porque solían cazar en grupos pequeños.  Así que antes nos contaban que los tontos de los vikingos se habían instalado en el norte, lo habían hecho todo mal y habían muerto. La versión moderna es algo más inquietante, pues indica que en realidad estaban bien adaptados, bien organizados y hacían las cosas correctamente, pero aun así desaparecieron.

Según he conseguido documentarme, el último acontecimiento histórico registrado de la vida de los vikingos en Groenlandia no fue una tormenta perfecta, ni una hambruna ni un éxodo a Europa. Fue una boda celebrada en una iglesia junto a la cabecera del fiordo Hvalsey, a 15 kilómetros al nordeste de Qaqortoq. Gran parte de la iglesia sigue en pie, sobre una ladera cubierta de hierba a la sombra de una cumbre de granito. El 14 de septiembre de 1.408, Thorstein Olafsson contrajo matrimonio con Sigrid Bjørnsdottir. Una carta enviada de Groenlandia a Islandia en 1.424 menciona la boda, pero no alude a ningún conflicto, epidemia o desastre inminente. Nunca más se tuvo noticia de los asentamientos vikingos.

Fotos cedidas amablemente por Manuel Medina
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Groenlandia - Julianehaab