Viajes y Cruceros
                              

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Fotos cedidas amablemente por Manuel Medina



EL ÁRTICO EN CRUCERO


Cuando estás paseando por la cubierta del barco se percibe un olor muy peculiar: el olor del agua fría y del hielo. Después, cuando te alejas del barco y te acercas a un glaciar solo percibes sonidos naturales, el hielo agrietándose y deshelando, el aullido del viento, y tal vez, víctima de una inenarrable emoción, oyes los latidos de tu propio corazón, algo que no oyes en ningún otro sitio. Sin duda te sientes abrumado. Todo es enorme, pero sobre todo, la sensación de vértigo te llega al tomar conciencia que jamás hubieses imaginado tener el privilegio de estar allí, donde prácticamente nadie ha estado, si te alejas un poco de la costa y te adentras sin rumbo fijo, es muy probable que tus pies pisen donde antes nunca nadie ha pisado.   

Normalmente, para este tipo de viajes, se suele recurrir a agencias especializadas, como es el caso de Greenland Adventure o Tierras Polares. Pero hasta en esto nuestro viaje sería original: durante quince días navegaríamos en Crucero, y este aspecto confiere al viaje matices sin duda cuando menos curiosos.

Por lo que a la navegación se refiere,  el Ártico reviste condiciones extremas y mas aún para un barco de cruceros, que carece de las características propias de buques esencialmente diseñados para los mares de hielo. Esquivar los icebergs, perder a menudo la señal del GPS, carecer de una cartografía marítima exacta, y sobre todo, gobernar un buque de gran tonelaje no fue tarea fácil, según reconoció nuestro capitán, Antonio Toledo. De hecho, al final del viaje, cruzando las "tranquilas" aguas del Atlántico, nos confesó que los prismáticos, el compás y el sextante fueron desempolvados para realizar una navegación "tradicional" en algunos tramos. Como dato curioso, en el puente de mando se contó con el asesoramiento de un especialista en hielo de origen nórdico.

En lo que al viajero concierne, la experiencia queda también condicionada por el hecho de usar un buque de cruceros (caigo en la cuenta de que no he mencionado aún que viajábamos en el Grand Mistral, de Iberocruceros, en su primera singladura por esas latitudes). En Groenlandia la infraestructura turística es prácticamente nula, por lo que desplazamientos por tierra, alojamientos y alimentación convierten este tipo de viajes en una expedición, es por ello que un barco de cruceros, esperándonos pacientemente anclado en la costa o en el interior de un fiordo era todo un lujo y añadía un fuerte contraste al viaje: cada desembarco (todos, salvo uno, en tender) era un viaje a otro mundo y cada vez que embarcabas tenías la sensación de volver a casa.

LA NAVEGACION
A menudo se me acusa de hacer apología de la, para mi, magnífica experiencia de viajar en crucero. Pasión que no disminuye pese a los ya muchos cruceros realizados, pero en este relato voy a dejar a un lado los aspectos de la vida a bordo para centrarme en los elementos diferenciales de la navegación ártica.

Sin duda, son los icebergs los grandes protagonistas de la navegación por estas latitudes. Aún recuerdo con una sonrisa la primera vez que durante un almuerzo en el restaurante todo el mundo se apiñó en los ventanales laterales a la voz de ¡un iceberg! . Hasta los camareros dejaron sus  bandejas para abalanzarse sobre los cristales. A las pocas horas dejaron de ser novedad para convertirse en continuos compañeros de viaje. Un iceberg es un pedazo grande de hielo dulce flotante desprendido de un glaciar formado por nieve o de una plataforma de hielo. Los icebergs son arrastrados hacia latitudes más bajas, a veces ayudados por las corrientes marinas frías de origen ártico, como es el caso de la corriente del Labrador o de Groenlandia. De un iceberg sobresale del agua sólo una octava parte de su volumen total, por lo que estas masas gélidas constituyen un peligro para la navegación, ya que pueden alcanzar dimensiones enormes. No proceden del agua marina, como podría pensarse, porque el hielo que se forma en la superficie del océano Ártico nunca llega a tener un espesor grande, ya que la presión que recibe el agua a varios metros de profundidad es lo suficientemente intensa como para impedir que se congele. El hielo es menos denso que el agua; por eso flota, y por eso, también, no puede formarse hielo a cierta profundidad: más aun, el hielo que se forma en la banquisa del océano Ártico también está formado por agua dulce y se forma más por escarcha que por nieve, por lo cual procede del agua atmosférica. Con el tiempo y la acción del mar, bloques de hielo se desprenden. Así es como se forman los icebergs.

La temperatura del agua en el fondo del océano tiene un valor fijo alrededor de los 4º C (ésta es la temperatura a la cual su densidad alcanza su mayor grado). Estas aguas del fondo del mar quedan como atrapadas a esa profundidad; si aumentara su temperatura (por ejemplo por un volcán o géiser en el fondo oceánico), disminuiría su densidad y ascendería. Cuando los icebergs son arrastrados por algunas corrientes pueden llegar a las latitudes medias y constituir un peligro para la navegación. El ejemplo más conocido de este tipo de peligros es el hundimiento del Titanic el 14 de abril de 1.912, que se produjo cuando ya se encontraba cerca de las costas de Nueva Inglaterra, debido a que la corriente del Labrador suele arrastrar los icebergs hasta las latitudes de los Bancos de Terranova y aun más bajas, hasta el punto de encuentro con la corriente del Golfo.

Un segundo anhelo en estos mares, que llega a convertirse en obsesión, es divisar una ballena. Llegó un momento en el que el pasaje se dividía fundamentalmente en dos tipos de personas: los que ya habían visto ballenas (o les había parecido) y los que no. Realmente tendríamos que añadir un tercer grupo: los que, además, las habían fotografiado. Estos últimos eran fácilmente distinguibles: llevaban encendida la pantalla de sus cámaras dispuestos a humillarte en cuanto te cruzabas con ellos, por suerte, este grupo fue perdiendo estatus conforme avanzaban los días y  estos magníficos cetáceos incrementaban su presencia.

Por último, hay algo que transforma la experiencia de navegación en este viaje: el sol de medianoche. El sol de medianoche es un fenómeno natural observable al norte del círculo polar ártico y al sur del círculo polar antártico, que consiste en que el Sol es visible las 24 horas del día, en las fechas próximas al solsticio de verano. El número de días al año con sol de medianoche es mayor cuanto más cerca se esté del polo. En los propios polos, en todo el año sólo amanece una vez y anochece una vez.

Sobre este tema sí que sobran las palabras, la sinfonía de luz y color en el horizonte es simplemente indescriptible.

De madrugada, pasear por cubierta, llegar al camarote (en el caso de los exteriores), cenar o bailar en la discoteca se convierten en curiosas experiencias bajo la luz solar. Sin embargo muchas personas tienen problemas para conciliar el sueño por la noche cuando el Sol está brillando (yo entre ellas) por lo que llegué a echar de menos un camarote interior. Sin duda, el fenómeno inverso, la noche polar, no debe de tener este atractivo y constituye una de las causas de los problemas depresivos de los habitantes del ártico (el antártico, al estar despoblado, salvo en las bases científicas, no lo padece).

Hubo quienes organizaron turnos durante la noche para vigilar la aparición de alguna aurora boreal, otro interesante fenómeno propio de estas latitudes, pero en esta época de luz continuada tanto de día como de noche es prácticamente imposible contemplarlas. Ya hablaré de ellas en algún artículo sobre los países nórdicos. Pero, sin duda, nos acompañaba en el viaje gente constante y tenaz. Bueno, para ser sincero, yo también me pasé parte de una noche montando guardia con exactamente el mismo resultado que los demás: ninguno. Todo el asunto de protones y electrones viajando desde el sol chocando con los bordes del campo magnético terrestre lo dejamos de lado y nos quedamos con la leyenda Inuit sobre el fenómeno:

"Los límites de la tierra y el mar son bordeados por un inmenso abismo, sobre él aparece un sendero estrecho y peligroso que conduce a las regiones celestiales. El cielo es una gran bóveda de material duro, arqueado sobre la tierra. Hay un agujero en él a través del que los espíritus pasan a los verdaderos cielos. Sólo los espíritus de aquellos que tienen una muerte voluntaria o violenta y el cuervo, han recorrido este sendero. Los espíritus que viven allí encienden antorchas para quitar los pasos de las nuevas llegadas. Esta es la luz de la aurora. Se pueden ver allí festejando y jugando a la pelota con un cráneo de morsa"
  
ESQUIMALES NO… INUITS

Inuit es el nombre genérico de los grupos humanos que habitan el Ártico (significa literalmente "ser humano", e ignoraban la existencia de otros seres, hasta la llegada de las primeras expediciones británicas de la época victoriana) y poseen características físicas que los ayudan a sobrevivir en el frío, pestañas pesadas, para proteger los ojos del resplandor del sol que se refleja en el hielo y cuerpo generalmente bajo y robusto para retener más calor. Resulta curioso que en nuestro país, el término Inuit, usado en todo el mundo, no se haya incorporado aún a nuestro diccionario. Los españoles solemos utilizar aún el término esquimal, pese a estar en desuso por lo ofensivo de su significado ("devorador de carne cruda"). Poseen más de cuarenta palabras para referirse a la nieve y ninguna para la guerra. Por cierto, ciertamente se besan frotándose la nariz entre ellos.

El primer documental de la historia del cine, cuyo estreno tuvo lugar en 1.922  en una sala de proyecciones de Nueva York, trata de la vida y costumbres de los Inuit, aportando una visión romántica de la vida de estas gentes en el Ártico. Decisiva fue la aportación de los Inuits a la conquista del polo norte y además subrayar que se trata del grupo humano que mayor transformación ha sufrido en muy breve espacio de tiempo. En solo setenta años han pasado de un estadio equivalente a lo que podríamos llamar "prehistórico" a equiparar sus modos de vida a los de las sociedades actuales avanzadas. En una sola generación se ha experimentado el cambio que en la cultura occidental ha supuesto varios miles de años.

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