Viajes y Cruceros
                              

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PRINS CHRISTIAN SUND


Los últimos días de navegación fueron destinados a varias incursiones en los fiordos de la costa occidental. Roca, hielo, musgo, cascadas, todo ello enmarcado por nubes a media altura que dejaban entrever los altos picos que por babor y estribor nos acogían en un hermoso pasillo de azules aguas, eran la despedida perfecta, un hermoso telón que comenzaba a cerrarse en el que fue hasta hace poco el escenario de la última frontera de la conquista del hombre.

En uno de estos fiordos, un pequeño grupo de no más de  doce casas y varios depósitos enormes asentados en la ladera de una escarpada elevación hubiesen pasado desapercibidos de no ser que en su costa, tras un pequeño iceberg, se encontraba anclada una fragata danesa.

Nuestro barco se detuvo, lo que me apenó, pues había mas adelante un estrecho paso que daba acceso a un amplísimo mar interior, posiblemente el antiguo circo glaciar, ahora hundido. Lo que si me permitió esta parada, fue no solo hacer varias fotos de la "desentonante" presencia del barco de guerra, sino reflexionar sobre la extraña paradoja de que el lugar más recóndito y hermoso del planeta fuese, durante la guerra fría, el escenario aéreo del que hubiese sido el más estrepitoso fracaso de la humanidad. La fragata, al comenzar a avanzar, me llevó de nuevo al presente. Nuestro barco, justo en aquel instante inició también la marcha, pero dando media vuelta. Supongo que de forma casual.

Las emociones vividas en días anteriores no habían finalizado, pero ahora tornarían en preocupantes. Solo había pasado media hora desde que comenzamos a salir de aquel fiordo cuando un sonido seco, aunque no demasiado fuerte, que no llegaba a identificar me alertó. Casi de forma instintiva miré hacia la chimenea. Una columna de humo negro irrumpía haciendo presagiar lo peor.

Algunos pasajeros comenzaron a llegar a cubierta comentando que se había producido un corte en el suministro eléctrico. Era el momento de interesarme por lo sucedido. Me dirigí al cuarto de generadores eléctricos y era lo que imaginaba: varios técnicos, algo más que serios, se empleaban a fondo en las entrañas de uno de los generadores. Ni siquiera repararon en mi presencia. La tranquilidad me llegó al ver que justo al lado del armario de control había otro gemelo. Existía un "plan B". A los pocos minutos, el generador de emergencia estaba en marcha. Nada de lo anterior lo hubiese ni tan siquiera mencionado de no ser por el hecho de que nos encontrábamos en el lugar más inadecuado del planeta para sufrir una avería de este tipo.  Por cierto, las semanas anteriores fueron nefastas en varias navieras con asuntos de ésta y muy peor índole.

Tras navegar toda la noche llegamos al siguiente día al Fiordo Prins Christian Sund, de una belleza sublime. Prácticamente nos estábamos despidiendo de este paraíso, en unos días estaríamos regresando a casa. Estaba ya prácticamente todo visto… o no.

Al poco tiempo de adentrarnos en el Prins, una lengua glaciar lateral nos dejaba boquiabiertos. El muro de hielo en su encuentro con el mar, ya de por si sublime, cobraba mayor relieve al fundirse con el paisaje del fiordo. Y ocurrió el milagro.

Justo a nuestro paso, la zona central del muro de hielo caía a plomo sobre el fiordo a la par que se formaba una ola en la que flotaban los múltiples y grandes fragmentos de hielo. Fue breve, pero sublime.

Varios glaciares más se nos aparecieron en el recorrido, pero ya los mirábamos con distintos ojos, como si fuesen enormes dragones blancos que en cualquier momento pudiesen despertar con aquel enorme rugido que la naturaleza, horas antes, nos regaló.

Luego de virar, el barco se dirigió de nuevo a mar abierto. Justo a la salida del fiordo, una cortina de niebla nos esperaba. Yo, en ese instante, estaba en proa, en un solitario puente del barco poco frecuentado por tener un acceso algo rebuscado. El buque penetró en aquella espesa nube. No volveríamos a ver tierra hasta llegar a Islandia dos días después. Groenlandia quedaba atrás. Aquella noche, la guitarra de mi amigo Micky derramó una lágrima.

Hoy, domingo 3 de Octubre de 2010 he terminado, no sin cierta nostalgia, éste relato que me ha hecho rememorar tantos emocionantes momentos. Hoy también, a modo de mensajero, ha cruzado después de un tiempo sin "vernos", frente al lugar desde donde escribo, el barco que durante quince días nos transportó a otro mundo: a un mundo de hielo. 

"Durante miles de años esta tierra ha permanecido oculta al conocimiento de los hombres. Hay algo sublime para la imaginación en la soledad absoluta de una tierra que nunca antes ha sido visitada. Aquí abajo estamos nosotros, pobres hombres, y hablamos de conocimiento y de progreso y nos enorgullecemos de la inteligencia con la que arrancamos a la Naturaleza sus misterios. Aquí estamos y miramos el misterio que la Naturaleza ha escrito para nosotros con flamígeras letras en la oscura bóveda de la noche, y lo único que podemos hacer es maravillarnos y confesar avergonzados que no sabemos nada". (Diario de la retirada. Expedición al Ártico. Weyprecht, 1.874)




Hace mucho, cuando era niño leía con avidez los diario de  Amundsen, desde entonces he soñado con mundos de hielo. A la memoria de Roald Amundsen, conquistador del polo sur. Murió en el polo norte en 1.928


© 2010, Manuel Medina Luque


Fotos cedidas amablemente por Manuel Medina
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Groenlandia - Prins Christian Sund