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Reportaje - AlmaHotels Palacio de Villapanés: soñar en Sevilla
Febrero de 2013 - Manuel Medina | Sevilla


































Recorrer la Avenue du Courant, cruzar el Pont des Trounques y pasar mi tarjeta de acceso al aparcamiento de Gascogne Paper.

En la segunda planta del edificio, mi oficina, varias pantallas de ordenador, dos teléfonos que parecen confabulados para sonar al unísono y una lista interminable de tareas a realizar. Al final de mi jornada de trabajo, vuelvo a recorrer en sentido inverso estos escasos cuatro kilómetros que me separan de casa. Las luces de las ventanas que diviso desde mi apartamento de Mimizan se van apagando, las de mi dormitorio también.

Paseo por la plaza del Salvador –dicen que fue en este lugar donde nació la antigua Híspalis– tras estacionar mi automóvil bajo una hilera de naranjos, muy cerca de un soportal que aloja “La Antigua Bodeguita”, justo frente a la escalinata de la iglesia, y su nombre ya es invitación a que a la vuelta sea lugar de parada –que no fonda–. Encamino mis pasos al Museo de Bellas Artes, donde me esperan Murillo, Zurbarán, Valdés–Leal… La calle de Levíes, en la Judería, me hace pasar ante el templo del flamenco sevillano: la Carbonería. En los Jardines de Murillo, colindantes con el barrio de Santa Cruz, sigo la muralla del callejón del Agua y la calle de la Vida. Es inevitable en este punto de mi recorrido, abrir mi ligero macuto y girar sobre mi propio eje –admirando cada rincón–, mientras extraigo de su interior la cámara fotográfica. Un pasaje cubierto que da al Patio de Banderas me obsequia una espléndida imagen de la Giralda, enmarcada al final del túnel.


Y al pie de la Giralda la tercera mayor catedral del mundo en tamaño. La contemplo absorto desde el antiguo Teatro Coliseo y el Archivo de Indias. Rodeando el gran templo, y entrando en el Patio de los Naranjos, llego a la plaza de la Virgen de los Reyes, con el palacio arzobispal, y la del Triunfo, que me lleva a otro lugar imprescindible: el Alcázar hispalense. Mi retorno a la plaza del Salvador se convierte en un rosario de paradas por varias tabernas sevillanas del Barrio de Santa Cruz. La tapa es una institución que no sólo me permite degustar de forma variada, me acerca a los lugareños –casi moradores– de estos templos de la gastronomía andaluza. Mi recorrido llega a su fin, conduzco dejando atrás la Torre del Oro junto al río Guadalquivir. El GPS de mi vehículo me encamina por estrechas calles hacia mi hotel. Atardece en Sevilla.

– Monsieur Bucher, bon après-midi, bienvenu au Palace de Villapanés.

–Buenas tardes señorita... –balbuceé sorprendido, en mi precario castellano, a la persona que a mí se dirigía en un francés perfecto

– Soy Martina Cam, directora del hotel Alma Sevilla –mi respuesta la hizo intuir mi deseo de practicar español, lo que agradecí–. No se preocupe de su vehículo, lo estacionarán en el parking y llevarán su equipaje a su habitación. Está todo dispuesto, estamos a su disposición y le deseamos una feliz estancia.

7:30 de la mañana, con dificultad extiendo mi brazo y pongo fin a la estridencia que me acaba de sacar de tan lejano lugar.

Amanece en Mimizan. Hace casi un año de mi viaje a España. Soñar con momentos pasados es casi volver a vivirlos. Me preparo un café y regreso a la cama –es mi primer día de vacaciones, olvidé anoche desconectar la alarma del despertador, lamentable descuido–. Un par de almohadones, el calor de la taza en mis manos, el humo del café y sigo con mis recuerdos… ¿existe acaso mayor disfrute que soñar despierto?

    “…bienvenue au Palace de Villapanés”. La frase aún resonaba en mis oídos como si fuese recién pronunciada. No se trató de un simple formulismo de bienvenida, ni de una declaración de intenciones. En aquel momento aún no era consciente que me encontraba en el epicentro de toda una experiencia de confort y servicios que estaba por llegar. Un edificio histórico completamente remodelado. Bello, encantador, pero sobre todo, exclusivo. Edificado en el primer tercio del siglo XVIII, en 1728, para residencia del almirante Manuel López Pintado, unos años antes que la Plaza de Toros de la Real Maestranza. Riqueza, amplitud, solera… una de las Casas–Palacio más admiradas desde entonces en la ciudad y en la actualidad el hotel de categoría cinco estrellas gran lujo más exclusivo de Sevilla. Arquitectura barroca que me recibe, me abraza y me envuelve.

Bóvedas de carroza decoradas en la escalera principal, magníficas columnas en el patio central, el sonido del agua bendiciendo mis oídos desde una fuente cuyo mármol parece cristal, azulejos con embriagadores arabescos, inmensas puertas de madera de orfebre acabado… un sinfín de detalles del esplendoroso pasado. Decoración, arte, cultura, estilo, diseño y comodidad. Elegancia y lujo.

    Recuerdo también aromas y sabores. Ubicado en la antigua bodega del Palacio, el restaurante es crisol de tradición y modernidad. Una carta honesta junto a unos vinos sublimes. Gastronomía sevillana y andaluza de la mano de las nuevas técnicas y tendencias. Un servicio de sala impecable, una decoración exquisita… una experiencia en torno a la mesa difícil de olvidar. Tomar una copa tranquilamente en el bar, en uno de los preciosos patios, en la terraza… mientras el tiempo se detiene y los olores de naranjo y flores rojas nos embriagan.

    Una frase rescatada del recuerdo vino a mi mente al subir a la suite. “El hombre es la medida de todas las cosas”. Este principio de carácter filosófico, del sofista griego Protágoras, me acompaña desde mi etapa del Liceo. En aquel lugar –para mí–, no faltaba nada, y lo más importante, no sobraba nada. Un ascensor con acceso privado y exclusivo a mi habitación me sorprende con un recibidor que, antes de franquear la puerta de la suite, me encamina a la terraza privada que se vuelca a Sevilla.

Todos los lugares visitados me saludan desde este privilegiado mirador, pero mi atención se centra en “El Giraldillo” que, justo en ese momento, se gira –de ahí su nombre– para saludarme. No acepto que fuese un cambio de la dirección del viento lo que originase el fenómeno. La estatua de mujer, que hace las funciones de veleta, y que fue la escultura en bronce más grande del Renacimiento europeo, me daba –al igual que Martina minutos antes–, la bienvenida.

    Los avances técnicos más modernos conviven con antigüedades –como la bañera de mármol del siglo XIX o las columnas y capiteles de la arcada que rodea la “Suite del Torreón” que me aloja–. Televisión de plasma Loewe con canales digitales vía satélite, conexión inalámbrica a Internet, ordenador i–Mac, varios teléfonos con línea directa. Baños espectaculares, espaciosos, elegantes. Exclusividad, confort, funcionalidad… todo en uno. Color y aroma de otros tiempos, lujo y modernidad, entrelazándose. El encanto de lo antiguo contrastado con lo moderno se sucede en cada rincón, en cada detalle. Respiro paz y privacidad deleitándome en cada momento, en cada instante. Decoración sin recargamientos, minimalismo con distinción.

    Biblioteca, Centro de Wellness y Spa, masajes, gimnasio… necesitaba desconectar para de ese modo conectar conmigo mismo. Bienestar en su máxima expresión y todo ello en una ciudad que de soñar, ha de soñar consigo misma. Sevilla, encantadora, seductora…

    La vibración del teléfono móvil tintineando contra el platillo del café me retornó a mi apartamento sacándome del ensimismamiento. Con cierta precipitación –me alarmó lo inusual de recibir una llamada tan temprano– respondí sin antes identificar en la pantalla el origen de la comunicación.

–Buenos días… ¿estabas despierto? –la voz de Sophie, mi novia,  atravesaba precipitadamente el manos libres que de forma accidental activé.

–No, bueno, quiero decir, si… ¿sucede algo?, ¿estas bien? –mi tono de preocupación incrementó más aún la excitación que mostraba Sophie.

–Si, estoy bien, bueno, se trata de, he pensado que… –sus palabras se agolpaban–. ¿Finalmente decidiste comenzar hoy tus vacaciones? –apenas pude articular un rotundo sí–, ah, genial, te llamo en unos minutos, bueno mejor aún –su tono parecía serenarse–, prepara tu maleta, estaremos fuera unos días, paso a recogerte a las doce…

Cuando quise reaccionar, un tono discontinuo dejaba claro que Sophie había colgado. Ella era así, impetuosa, irreflexiva. Justo era eso lo que desde que la conocí –hace ya nueve meses– me cautivó. Pero en esta ocasión me sentí algo incómodo.  No imaginaba que asunto podía andar tramando. Pero sobre todo lamentaba no poder hablarle sobre el dulce sueño que –aún despierto– seguía tan presente. En cualquier caso, creo que la he llegado a agotar en otras ocasiones con mi relato de aquella visita a Sevilla. Salto de la cama, abro mi maleta y arrojo sobre ella –es un rito que domino– camisas, pantalones, mi neceser… Ducharme, consultar mi mail mientras acabo un croissant torpemente untado de mermelada. Suena mi video portero: “¡apresúrate, perderemos el vuelo!”. ¿Vuelo? –me repetía a mi mismo en lo que me precipitaba en bajar por las escaleras–…

– Madame Sophie Mallery, Monsieur Bucher, bon après-midi, bienvenus au Alma Sevilla Palace de Villapanés.



« La felicidad consiste en saber
unir el final con el principio »   Pitágoras


AlmaSevilla Palacio de Villapanés

www.almahotels.com

C/Santiago, 31 – 41003 Sevilla

T +34 954502063




Manuel Medina
Escritor y Viajero