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Embotellando –y maridando– conceptos: “Vinos de Garaje
06 de mayo de 2013 - Manuel Medina | Arroyo de la Miel –Benalmádena–






























Dos de mayo de 2013. Nueve y media de la noche. Los amantes de la enogastronomía comienzan a llenar la sala del Restaurante Rincón Asturiano. Al “mando” Manrique Busto, director de Rincón Asturiano y Jorge Velasco, gerente de “Le Terroir”. Por delante una noche de insurrección gastronómica.

Dos de mayo de 1808. Nueve y media de la mañana. Los madrileños comienzan a concentrarse ante el Palacio Real. Los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde asumen el mando de los insurrectos. Comienza la Guerra de Independencia Española.   
Tras la preceptiva frase “salvando las distancias” –que muchas son–, tras pedir disculpa a los amantes de la historia –y a los que no lo son– y finalmente tras dejar claro que se trata de una coincidencia –o puede que no–; el caso es que la propuesta de ese día, coincidente en fechas con el Levantamiento del Dos de Mayo, era una propuesta sin lugar a dudas revolucionaria en el buen sentido del término.

Pero como de vinos hemos de hablar y para evitar malos entendidos, claro hemos de dejar que no se trata el asunto de crear rencillas contra los caldos franceses –sublimes por otra parte–. Y procede esta aclaración porque aún hay quien piensa –nuevamente pido disculpas a los que se aburren con la historia… y a los que no, pues puede que disientan– que el histórico levantamiento lo fue contra los franceses. No fue así. El Dos de mayo no fue la rebelión del Estado español contra los franceses, sino la de las clases populares de Madrid contra la tolerancia de unos miembros de la Administración –que hoy definiríamos como políticos– que por indiferencia, miedo y sobre todo interés toleraban la intolerable ocupación. Puede parecer lo mismo. Pero no lo es. En modo alguno lo es.

Existe un concepto en el mundo del vino que puede que simbolice de algún modo el espíritu de lo insurrecto y de lo inconformista: “Vinos de Garaje”. En el presente artículo omitiremos no ya los detalles técnicos, sino incluso mencionar los sublimes vinos y platos degustados, pues en el concepto deseamos centrarnos. Ocasión tendremos en un futuro de glosarlos y desglosarlos. Pendiente queda. Pero no queremos pasar por alto el recoger la afirmación de Sydney Killner, asistente al evento y autoridad internacional en lo que a vinos se refiere, que entusiasmado por el altísimo nivel de los vinos degustados, se despidió de nosotros, a pocos días de su regreso a su residencia de Londres, con la frase: “La vida es demasiado corta, no beban malos vinos”.

Mediados de los años noventa. Región de Burdeos. Un grupo de vinicultores innovadores –“los garajistas”– comienzan a elaborar lo que ellos mismos dan en llamar "vins de garage" ("vinos de garaje"). Fue una insurrecta reacción al tradicional vino tinto de Burdeos, que requiere un prolongado añejamiento en botella antes de ser bebido por ser altamente tánico. Fueron experimentadores que privilegiaron el sabor, reduciendo los rendimientos, escogiendo sólo uvas con taninos suaves y maduros y apagando los vinos más fuertes. Éste fue el origen. Las controversias llegaron en seguida. Los puristas sostuvieron que los vinos no se añejaban bien, que no reflejaban el terroir de la región, que no hacían honor a las características de las variedades de uvas utilizadas. Para que cambiar algo –imagino que pensarían– que siempre se hizo… como se hizo. Y para colmo eran sólo unos pocos y pequeños bodegueros que tienen el atrevimiento de cambiar el status quo.  

El vino de garaje es pues un vino de vinicultor cuyos atributos reflejan un distanciamiento del manejo tradicional de su terroir de origen. Sabido es que el término se empieza a utilizar de modo muy ambiguo, adjetivando a vinos que provienen de bodegas pequeñas, en muchos casos desconocidas y en otros sin una añeja tradición que les avale. Pero si deseamos apartarnos de los circuitos de comercialización habituales –algo que hace de forma sistemática Jorge Velasco, de “Le Terroir”, localizando y comercializando recónditas bodegas– y buscar vinos “alternativos” descubriremos verdaderas joyas. Estas bodegas no realizan campañas publicitarias, incluso dan la impresión de no estar demasiado interesadas en competir en los circuitos tradicionales de distribución. Sin embargo el reconocimiento les llega desde las más altas instancias: cosechan las más altas calificaciones de los gurús del vino. Manrique Busto descorchó vinos que superaban holgadamente los 92 puntos Parker.

En España estos vinos suelen ser vendidos a precios altos. Son vinos de escasa producción. Son vinos raros en el sentido positivo que el término encierra y además se han puesto de moda. Si sumamos a todo ellos que son difíciles de encontrar y que han sido “bendecidos” por Robert M. Parker, lo primero que hemos de pensar es que se encuentran fuera de nuestro alcance. Y así ha sido… hasta ahora. Pero si revolucionaria es la propuesta de los vinos de estas bodegas, no lo es menos el que hombres como Manrique Busto los pongan al alcance y disfrute de sus clientes a precios más que populares: ¿Poco más de 10 euros por un Priorato del 2008 con 14 meses de barrica francesa y 91 puntos Parker?, si, así es.

Aquella mañana del dos de Mayo de 1808, la muchedumbre vio cómo se abrían las puertas del Palacio Real y los soldados franceses sacaban de su interior al infante Francisco de Paula de Borbón y Borbón –hijo menor de Carlos IV, rey de España–. Al grito de “¡Que nos lo llevan!”, el gentío intentó asaltar el palacio. El grito salió de la garganta de José Blas Molina, un español exacerbado cuya profesión era maestro cerrajero. Un solo hombre y un solo grito, otros le siguieron y se desencadenó el Levantamiento del 2 de mayo de 1808. A veces unos pocos hombres cambian el curso de las cosas.

©Manuel Medina
Escritor y Viajero


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