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Viajes: Alan Fox envia su informe desde Cuzco, Perú en la Cordillera de los Andes
Domingo, 18 de septiembre, 2011





















Las primeras dos expediciones de Francisco Pizarro en Sudamérica fueron difíciles y con hostiles encuentros con los indígenas. Pero él y sus dos socios, Almagro y Luque, regresaron a Panamá con un botín robado de suficiente oro, plata y esmeraldas, para corroborar su argumento de que vastas riquezas estaban a la espera.

Sin embargo, el gobernador español de Panamá se negó a financiar una tercera expedición y Pizarro se embarcó a España para apelar al mismo Rey Carlos. El rey aprobó el tercer viaje y la reina Isabel decretó que Pizarro sería nombrado gobernador de cualquier tierra que él conquistara.

De alguna manera los "socios" de Pizarro, quienes no estuvieron allí para preocuparse de si mismos, quedaron relegados oficialmente a papeles de subordinados.

Para ese entonces, el Imperio del Inca se había debilitado debido a una guerra civil y una epidemia de viruela (una nueva enfermedad introducida por los europeos). Después de varias batallas, los enviados de Pizarro solicitaron audiencia con el monarca Inca Atahualpa.

Contando con un ejército de 80 mil soldados, en comparación con menos de 200 españoles, Atahualpa se sentía confiado y satisfecho, por lo que rechazó la reunión. Pizarro procedió a atacar y consiguió matar a los guardias de Atahualpa y fue tomado prisionero.

Atahualpa prometió llenar dos habitaciones de plata y uno de oro a cambio de su libertad. Pizarro aceptó, pero cuando los cuartos estaban llenos, Pizarro lo mandó ejecutar y tomó a su esposa como su amante.

Hubo desacuerdo entre los españoles, algunos creían que Pizarro no tenía derecho a ejecutar un gobernante soberano en su propia tierra.

Pizarro y Almagro partieron para Cuzco, el centro del Imperio Inca, sus fuerzas reforzadas por los combatientes de las tribus indígenas previamente conquistadas por los Incas.

En 1533, llegaron a las afueras de la ciudad.


Al bajarme del avión en Cuzco, lo primero de lo que me aseguré es que aún estaba vivo.

Como alguien que ha experimentado en repetidas ocasiones el mal de altura, yo sabía que esta colorida ciudad peruana de 11.200 pies (aprox. 3.414 m) de elevación sería mi mayor obstáculo en el camino de Lima (al nivel del mar) a Machu Picchu. Cuzco es, literalmente, la única puerta de entrada con trenes que parten diariamente.

Me había preparado lo mejor que pude. Yo estaba completamente hidratado con agua embotellada, libre de alcohol, fortificado con medicamentos para la enfermedad de altitud con Diamox (acetazolamida) y literalmente lleno del remedio local, té de coca. Por si fuera poco, además iba comiendo caramelos de coca.

Estaba decidido a llegar a Machu Picchu, a una altitud manejable de 8.000 pies (aprox. 2.438 m), aunque tuviese que interrumpir mis dos noches previstas en Cuzco.

Mi plan alternativo en caso de que la dificultad para respirar se agrave: un traslado rápido al Valle Sagrado (1 hora y media de distancia) a 9.000 pies (aprox. 2.743 metros).

¿El Plan C? Pasarme un tiempo en la cámara hiperbárica del Cuzco y primer vuelo de regreso a Lima a la mañana siguiente.

Encontramos a nuestro guía, Javier, esperándonos en el aeropuerto, y salimos a la luz del sol brillante. La temperatura estaba en los 60°F (aprox. 15°C), nada mal para estar en el medio del invierno en la cordillera de los Andes.

Cuzco está ubicado en un valle y nos quedaba claro que los picos cubiertos de nieve en la distancia, el más alto de los que asciende a 20.900 pies (aprox. 6.370 m), experimentaban temperaturas muy distintas.

Javier nos acompañó hasta el Hotel Monasterio, donde nos recibieron en la puerta con toallas frescas y té de coca. Nos condujo a la impresionante capilla del hotel para hacer el registro y para una breve orientación.

El monasterio original fue construido en 1595, en donde un palacio Inca había antes estado. Caminando a través de la puerta de la capilla era como retroceder en el tiempo a los días de los conquistadores, con magníficas pinturas en marcos dorados y un altar ornamentado de oro.

De allí entramos al hotel principal con paredes de piedra y estuco, hermosas habitaciones y patios ajardinados, el más grande de los cuales alberga una fuente y un árbol de cedro de 300 años.

El Monasterio es una propiedad de Orient-Express, al igual que otras operadas por esta compañía, es un lugar muy especial. Me he alojado en los campamentos de lujo de Orient-Express en Botswana -- extraordinarios en todo sentido -- así que estaba emocionado al encontrar durante el proceso de planificación que ellos operan también el único hotel directamente afuera de las ruinas de Machu Picchu, el Sanctuary Lodge, así como el tren de lujo, el Hiram Bingham, que nos llevará hasta allí. Habíamos reservado los tres.

De las muchas características simpáticas del Monasterio, pongo cerca del primer lugar las habitaciones de oxígeno mejorado. El oxígeno es llevado en tuberías a algunas de las habitaciones las 24 horas del día, elevando el nivel de oxígeno respirado del 21% al 24%, teóricamente, elevando el nivel de oxígeno en el cuerpo durante la noche y facilitando la aclimatación a la altitud.

Si esto realmente funciona, no tengo ni idea, ni siquiera después de permanecer allí. Sin embargo como seguramente ya habrán adivinado, en la lucha contra el mal de altura, estoy abierto a cualquier cosa. Incluso el efecto placebo se acepta con gusto.

Esa primera tarde, visitamos la plaza principal de la ciudad (Plaza de Armas) y el brillante Cristo Blanco, una estatua iluminada de 25 pies (aprox. 7,6 m) de altura, que da a la ciudad, antes de disfrutar de una excelente cena en el restaurante del Monasterio.

Cuzco es montañoso y mantuve el paso lento durante los recorridos sin incidentes pero pasé una noche sin dormir con episodios de dificultad respiratoria. Al día siguiente me enteré que ninguno de nuestro grupo había dormido bien, pero todos se sentían bien y estaban listos para un día de exploración.

Abordamos nuestro autobús privado y nos dirigimos al Valle Sagrado bajo brillantes cielos azules, pasando por las ruinas incas de Sacsayhuamán y subimos a más de 12.000 pies (aprox. 3.658 m) antes de descender al valle de Urubamba, cerca del pueblo de Pisac.

Allí fuimos al pintoresco mercado antes de continuar hacia el Rancho Wayra en Yucay a tomar un banquete de almuerzo y un espectáculo ecuestre con caballos Peruanos de Paso.

Abordamos nuestro autobús, una vez más para una visita a la pintoresca ciudad de Ollantaytambo, uno de los últimos focos de la resistencia Inca a los conquistadores. Graneros construidos de enormes piedras, entrelazadas, tallados a mano, se mantienen firmes contra los elementos del tiempo, 500 años después de la construcción, en laderas montañosas tan empinadas, un logro que casi no se puede creer.

Nos fuimos al Valle Sagrado y subimos mil pies (aprox. 305 m) al pequeño pueblo de Chinchero, donde nos paseábamos por terrazas agrícolas hacia la última luz del día, proyectando largas sombras hasta que la oscuridad descendía, trayendo consigo el frío.

Regresamos a Cuzco y encontramos una fiesta de bailarines disfrazados coloridamente y músicos desfilando por la Plaza de Armas, la segunda celebración que habíamos visto ese mismo día que es combinación de las tradiciones católicas e Incas.

En 1533, Pizarro y Almagro invadieron esta ciudad y derrotaron a los incas. En los años que siguieron, desde un extremo del imperio al otro, los palacios y templos de los Incas fueron desfigurados o destruidos, y con frecuencia se construyeron iglesias sobre los cimientos.

Sin embargo un sitio inca nunca fue encontrado, y después de Cuzco, fue tal vez la más grande de todos ellos. Nadie sabe lo que se llamaba en ese entonces, pero hoy en día se conoce como Machu Picchu, la Ciudad Perdida de los Incas.

Salimos por la mañana.

Alan Fox


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