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REPORTAJE Malvinas, "la hermanita perdida" de los argentinos
Lunes, 02 de abril 2012























Por Juan Garff (dpa)

   Buenos Aires, 1 abr (dpa) - Cualquier niño argentino lo aprende de pequeño en la escuela: "Las Malvinas son argentinas". La imagen desflecada del archipiélago en el mapa, sobre el fondo del Atlántico, es mucho más familiar para la gran mayoría de la población que la de la provincia más cercana a la propia en el territorio continental. Sin embargo son los menos los que estuvieron alguna vez en Malvinas, salvo los soldados que fueron enviados en 1982 a la guerra contra el Reino Unido.

El inculcamiento sistemático de la reivindicación de la soberanía argentina sobre las Malvinas, de apenas 12.000 kilómetros cuadrados de superficie, comenzó con el primer golpe de Estado militar, en 1930, un siglo después de que los británicos ocuparan las islas. Desde entonces no se cuestionó el reclamo de los gobiernos argentinos, tanto de los militares como de los democráticos.

"La hermanita perdida" llamaron al archipiélago los renombrados músicos Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez, en una canción que figura junto a la Marcha de las Malvinas entre las lecturas recomendadas en su página de Internet por el Ministerio de Educación argentino para la celebración del aniversario de la invasión que llevó a la guerra.

La dictadura militar dirigida por el general Leopoldo Galtieri pudo gozar en su aventura de "recuperación" de las islas el 2 de abril de 1982 de un amplio apoyo popular, con independencia del color político, incluyendo a la guerrilla peronista de Montoneros y el trotskismo. Una encuesta realizada por Gallup en ese entonces determinó un índice de aprobación del 90 por ciento para un eventual enfrentamiento armado.

La conducción de esa guerra por parte del comando militar argentino adquirió ribetes grotescos. Para la vigilancia costera del territorio argentino continental, por ejemplo, se requisó una docena de pequeños aviones privados y se convocó a sus pilotos civiles, otorgándoles el grado de alféreces. Cuando veían un barco debían acercársele en vuelo rasante, realizar rápidamente un dibujo de su perfil y entregarlo al retornar a un oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea para su identificación.

Esta tarea de reconocimiento rudimentaria tenía sus bemoles. El reporte del avistaje de un submarino llevó al raudo despegue de aviones de combate, que abortaron a último momento el ataque sobre la nave, al descubrir que era argentina. Un navegante solitario sobre un velero perdido en aguas bélicas agitó desesperado una bandera alemana para poner en evidencia su neutralidad, ante la aproximación a ras del agua de un bimotor Aerostar convertido en avión de reconocimiento, según narró a dpa un integrante de ese improvisado escuadrón cívico-militar, hoy capitán de una compañía aérea de primera línea.

Casi todos esos pilotos estaban dispuestos a sacrificar su vida en misión patriótica. Los pilotos de los LearJet civiles salían todos los días en "misión de hostigamiento", a sobrevolar a gran altura las posiciones británicas, con el solo fin de hacer despegar a los Sea Harrier. Apenas lograda la maniobra de distracción emprendían el regreso a tierra firme.

La guerra terminó hace 30 años. Pero la reflexión avanza lentamente. "Es un camino largo en el que hay que persistir, tarde o temprano se va a llegar a negociaciones diplomáticas", declaró a dpa Eduardo Sguiglia, ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y como tal, responsable del tema Malvinas en la Cancillería argentina. "La guerra nunca tendría que haber ocurrido. Por la trascendencia y el capital simbólico que tiene la cuestión Malvinas, merece ser debatida ampliamente en Argentina", agregó.

Jorge Luis Borges publicó dos meses después del fin de la guerra un poema, "Juan López y John Ward", sobre un argentino que leía a Joseph Conrad y un inglés que había aprendido castellano para poder leer al Quijote en su versión original. En la guerra de Malvinas "cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel" y los enterraron juntos, "en un tiempo que no podemos entender", escribió. Borges suscribió declaraciones de un pequeño grupo de pacifistas argentinos, que tenía por interlocutor en Londres a la Fundación por la Paz Bertrand Russel.

Pero nadie prestaba atención entonces a esas posiciones divergentes. Recién ahora, tres décadas más tarde, comienzan a surgir en Argentina con mayor eco voces críticas no sólo en relación a la aventura bélica de la dictadura, sino al sentido y las perspectivas del reclamo por la soberanía de las islas.

Un grupo de historiadores, politólogos y periodistas planteó en febrero pasado la cuestión en nuevos términos. "¿Son realmente argentinas las Malvinas?", se preguntaba el historiador Luis Alberto Romero, uno de los integrantes del grupo. "Nuestra propia construcción como nación es tan imposible de desligar de episodios de ocupación colonial (española) como la de Malvinas", afirma el documento firmado entre otros también por Beatriz Sarlo, Emilio de Ípola, Jorge Lanata y Juan José Sebreli. "El intento de devolver las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos (...) abre una caja de Pandora que no conduce a la paz", señalan.

"Los principales problemas nacionales y nuestras peores tragedias no han sido causados por la pérdida de territorios ni la escasez de recursos naturales, sino por nuestra falta de respeto a la vida, los derechos humanos, las instituciones democráticas, (...) la libertad, la igualdad y la autodeterminación." La opinión de los reconocidos intelectuales chocó inmediatemente con acusaciones de traición a la patria. El 2 de abril, el aniversario de la invasión militar argentina a las islas, sigue siendo feriado nacional en Argentina.




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