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Reportaje -La alegre destrucción de la Ópera de Barenboim
Jueves, 05 de abril 2012
























Por Pablo Sanguinetti (dpa)

BERLÍN (dpa) - En sus casi tres siglos de historia fue destruida por las llamas y por las bombas, pero ahora es un ejército de obreros y grúas el que carcome los cimientos de la ópera Unter den Linden de Berlín. El objetivo: volver a convertir la casa musical de Daniel Barenboim en una referencia lírica a nivel mundial.

La remodelación de la principal ópera berlinesa es uno de los grandes proyectos culturales de la capital reunificada.

Para entender por qué, basta con visitar hoy su interior. Pocas paredes se salvaron de ser peladas, las estructuras de metal quedaron al descubierto y la delicada sala rococó es ahora un enorme foso negro y vacío, con suelo de barro y olor a cemento.

"Habría sido más fácil y más barato tirarla abajo y construir desde el principio una ópera nueva", explica uno de los responsables de la remodelación a la agencia dpa durante un recorrido por las obras.

Enamorados de su patrimonio y expertos en reconstrucción, los alemanes ni siquiera contaron con esa posibilidad. Todo lo contrario. Las obras fueron precedidas por un dramático debate sobre hasta qué punto era legítimo modificar el edificio.

Barenboim, director musical del teatro, defendió una remodelación total. Ganó la opción más conservadora del alcalde de Berlín, Klaus Wowereit. El arquitecto HG Merz asumió el proyecto con la estricta condición de respetar la fachada de la ópera y el estilo interior.

Las obras de remodelación comenzaron el 21 de septiembre de 2010 con un presupuesto de 239 millones de euros (320 millones de dólares), de los que el Estado alemán aporta 200 millones y el "Land" de Berlín el resto.

Después de cuatro años de obras, la nueva Staatsoper Unter den Linden volverá a abrirse al público el 3 de octubre de 2014 -día de la Reunificación alemana- con una cara similar, pero un corazón muy diferente.

"Tenía un problema muy serio de filtraciones en los cimientos, así que construimos un cinturón de acero para proteger el edificio de las aguas subterráneas", explica el arquitecto Merz durante el recorrido.

Además se modernizará la anticuada técnica del teatro, se construirán salas de ensayo unidas a la sala principal por túneles subterráneos y se ampliará el espacio que rodea al escenario para facilitar cambios de escenografía y aumentar de 220 a 300 las funciones anuales.

Pero el gran desafío de la remodelación, lo que hace única esta obra, consiste en elevar cinco metros el techo de la sala para ganar acústica y dar más cuerpo al sonido.

La nueva Staatsoper mejorará así de 1,0 a 1,6 segundos la llamada "resonancia musical", lo que implica aumentar en torno a un 30 por ciento el volumen y acercarse a los parámetros que se exigen a una ópera de nivel mundial.

"Unter den Linden tuvo muy mala acústica desde sus inicios", explica Merz. "Fue construida pensando en conjuntos barrocos y funciona bien a ese volumen. El problema viene con las orquestas del siglo XIX, por no hablar de Wagner".

"La mejora de la resonancia musical también puede lograrse con un sistema de microfonía, como ocurría hasta ahora. Pero Barenboim se negó terminantemente a esa solución".

La elevación del techo también mejorará la visión del escenario para los espectadores de los niveles superiores, a cambio de reducir de 1.396 a 1.335 la cifra de asientos.

Si algo sabe Unter den Linden es sobrevivir a los cambios. Diseñada por el constructor prusiano Georg Wenzeslaus von Knobelsdorff (1699-1753), la ópera se inauguró en 1742 y un siglo después, en 1843, quedó destrozada por un incendio.

La rápida reconstrucción duró hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando fue bombardeada en dos ocasiones.

El alumno de la Bauhaus Richard Paulick (1903-1979) la levantó de sus escombros por tercera vez en 1952. Fue el edificio que sobrevivió sin remodelaciones cuatro décadas de dictadura comunista en la extinta Alemania oriental (RDA) hasta hoy.

La casa de otros legendarios directores musicales como Richard Strauss o Herbert von Karajan "era uno de los últimos edificios de la RDA que quedaba sin remodelar en Berlín", explica el arquitecto Merz.

Responsable del saneamiento de otros edificios prusianos como la Nationalgalerie y la Staatsbibliothek, sabe el otro gran desafío del proyecto: "Evitar que todo parezca demasiado nuevo".

El revoque de casi 100.000 metros cuadrados de pared y los cerca de 8.000 enchufes, detectores de humo y otros terminales nuevos deben mantener la atmósfera cálida e íntima del edificio e integrarse en sus ornamentos y proporciones.

Merz quiere que su trabajo sea invisible. Entre chispas de soldadoras y el tronar de martillos neumáticos, sube ligeramente la voz para confiar su lema en esta obra: "No hay que hacer 'lifting' a las personas mayores".


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